Neurociencia Ficción (I): Eternal

Supongo que alguno de los visitantes ya habrá visto el trailer de Eternal, o incluso la película, pero por si acaso se lo voy a poner aquí para que puedan juzgar por sí mismos si les interesa verla o no a pesar de los comentarios, quizá no todo lo positivos que a sus autores les gustaría, que voy a realizar a continuación. No me interesa hacer una crítica de la película desde el punto de vista cinematográfico. Para empezar no estoy capacitado para ello, sólo soy un aficionado. Mi objetivo es reflexionar sobre una cuestión al hilo de la premisa de la que parte la película. Por lo demás, se trata de una película de ciencia ficción, neurociencia ficción diría yo (y ese es el punto que me interesa), con su parte de acción bien llevaba, su inevitable romance y happy ending, sus efectos especiales ajustados y sus dosis de entretenimiento relativamente bien llevadas, aunque he de reconocer que a mitad de película, quizá por lo predecible del argumento, me llegó a aburrir bastante.

Entrando en la parte que me resulta de interés. el hecho de clasificar la película como neurociencia ficción se debe, una vez visto el trailer imagino que sobra esta explicación, a que su punto de partida es un desarrollo de la neurociencia que es, a todas luces, ficticio. Sin embargo, el argumento lejos de aprovechar esa premisa para plantear y reflexionar sobre alguna cuestión interesante, como a mi entender hacen las buenas historias de ciencia ficción, pasa de puntillas sobre el asunto para entrar de lleno en una historia desenfrenada que ya he descrito en líneas generales arriba y que no da para más en este espacio.

Asistimos al canto del cisne de un constructor mullimillonario que, estando en fase terminal por un cáncer, recibe una invitación para contactar con una empresa que le puede ofrecer nada menos que la vida eterna. He aquí el quid de la cuestión. ¿Qué vida eterna? En la película esta consiste en un restart vital que se produce trasladando la mente del cliente a un cuerpo más joven y sano que le permitirá seguir viviendo. El ricachón, seducido por la idea, se presta al experimento que parece salir bien y a partir de este momento la única cuestión reside en que el cuerpo en el que reescriben su mente no es tabula rasa como le habían prometido sino que pertenece, obviamente a un hombre, cuyos recuerdos, su mente, trata de retomar el control de sí mismo. Para evitar este percance se toma unas pastillas y ya está, poco a poco el inquilino se hará con el control del nuevo cuerpo mientras el anfitrión irá languideciendo hasta desaparecer sin dejar rastro. Este incómodo problema con el rechazo del trasplante es toda la profundidad que llega a asumir el guión y, me temo, precisamente porque la necesita para que la acción se dispare cuando el millonetis okupa empieza a sospechar que le han dado gato por liebre.

La cuestión sobre la que la película podría haber pivotado, a mi modo de verlo, y que la hubiese hecho mucho más interesante que un desfile de disparos, explosiones, persecuciones y llamaradas, es más bien otra. El planteamiento que me hubiese gustado ver es si la mente trasplantada es realmente el protagonista o una copia del mismo. Una vez abre los ojos tras la intervención comprueba que, aún en otro cuerpo (que ya de por sí es de traca), sigue siendo él. Con sus recuerdos, sus habilidades cognitivas, su personalidad, se siente él. Muere en un cuerpo y renace en otro. Pero esta fusión, lejos de permitir que la persona siga con vida lo único que hubiese conseguido es mantener una «copia de seguridad» que, a pesar de sentirse como si fuese el mismo, no es él.

No me quiero echar el mérito de esta reflexión pues está sacada directamente de la parte sobre los problemas que tendría el hipotético teletransporte según Roger Penrose en su La mente nueva del emperador. Todo está inventado y la idea tiene más años que las pirámides. Puedo entender que en películas como la saga de Star Treck, más bien tecnología ficción que ciencia ficción, aunque ese es otro tema, orientadas a las aventuras espaciales y con otro tipo de leitmotiv no se entre en este particular. Igualmente, la escalofriante La mosca de David Cronenberg, una película cuyo objetivo es desarrollar el complejo de Frankenstein, tampoco entra en este particular y aún así plantea una interesante reflexión . ¿Por qué tendrían que haberla incluido en esta película? Aún es más, ¿cómo podía yo esperar que lo hicieran sabiendo lo que iba a ver?

Pienso que haber permitido que el protagonista tomase conciencia de este hecho, de no haber conseguido la vida eterna al no ser él mismo sino una mera copia de alta calidad, hubiese dotado a la película, y especialmente a su final, de una profundidad y una coherencia que habría sido muy de agradecer sin haber tenido que cambiar ni un sólo disparo de sitio. Por supuesto, no esperaba algo así de una película claramente palomitera, pero hubiese sido una sorpresa tan grata que no tenerla me decepcionó como a un niño al que los Reyes Magos no le traen el barco pirata de los clics.

En definitiva, una película relativamente entretenida, predecible y, sobre todo, superficial. Y eso sin entrar en otras muchas cuestiones que se podrían haber tratado en torno a la cuestión del trasplante mental. Cada día me cuesta más trabajo ver una película y salir satisfecho. Lo mismo es que no sé elegir. ¿Alguna recomendación de películas?

Gracias por su atención.

El método de prendizaje NILD

El sábado por la mañana tuve el placer de ser invitado a un seminario sobre el método de aprendizaje NILD en el centro Smartschool TIV de Olivar de Quintos por cortesía de Sara Owen. Una oportunidad fantástica de acercarme a conocer un método que lleva 40 años funcionando en EEUU y otros países como México o Venezuela y que actualmente se está implantando con éxito en España. Para alguien como yo, interesado en la educación, involucrado en ella, que trabajo con niños con necesidades educativas especiales (como se le suele llamar) y que además lleva tiempo estudiando y buscando el punto de unión entre la neurociencia y la educación, la posibilidad de aprender alternativas y conversar con personas que tienen las mismas preocupaciones fue más que suficiente para dar un salto de la cama y meterme en el metro hasta ese lugar mitológico, nunca antes había estado allí, llamado Olivar de Quintos.

El seminario, guiado magistralmente por Terri Lynn VanBeveren, resultó ser bastante interesante pues Terri supo como ponernos a todo en la situación de los chavales con distintos tipos de problemáticas. Su enfoque es fabuloso pues encaja al cien por cien con el modo que llego tiempo pensando que sería más positivo para enfocar las cuestiones referentes a la educación y que deviene directamente de mi experiencia y práctica en el ámbito de la Neuropsicología. Se trata de focalizar los esfuerzos en las capacidades afectadas utilizando para ello las más desarrolladas, más que en los contenidos curriculares que se supone que se deben lograr. El aparato metodológico que utilizan para estos fines también me ha parecido acertado y muy cercano a lo que conozco, aplico y pienso que puede ser de ayuda en estos casos, aunque, evidentemente, en una mañana no dio lugar más que a una explicación somera.

En cierto sentido fue un poco decepcionante encontrar que nada de lo que me estaban diciendo me era ajeno, que no había nada que aprender. Curioso insaciable y plenamente consciente de que hay un universo de conocimientos que se me escapan, esperaba que el seminario me podría aportar pistas de algo nuevo, señalarme errores en mi planteamiento y, en definitiva, ayudarme a mejorar. Sin embargo, la decepción se tornó pronto alegría al contrastar que lo que me ofrecían era algo más importante, era apoyo, era el gozo de encontrar personas que tienen inquietudes en común, que ven las cosas de la misma manera aún habiendo llegado a las conclusiones por caminos distintos, contrastar, en definitiva, que quizá voy por el buen camino en mis intuiciones. Saber que hacemos las cosas bien es algo importante.

Una de las cosas que más me gustaron de su proyecto y modo de enfocar el trabajo es la apertura al trabajo multidisciplinar, algo que en nuestros días debiera ser un absoluto pero aún quedan llaneros solitarios que piensan que pueden con todo o que todo es su competencia. La educación es un hecho complejo que puede necesitar de distintos profesionales e involucrar a varias personas para conseguir sus objetivos. También me resultó interesante ver cómo coincidíamos en que hay una masa de chavales que se entiende que son normales y que quedan desatendidos en el marasmo del sistema educativo por el que pasan sin pena ni gloria perdiendo la posibilidad de tener un refuerzo de sus capacidades cognitivas que les ayude a mejorar su desarrollo y potencialidades. Y mucho más, fue un rato de intercambios bastante productivo e intenso, demasiado para poder hacer un resumen a vuelapluma.

Así pues os invito a visitar la web del National Institute for Learning Development si os interesa conocer más. Si alguien tiene interés por contactar con ellas les puedo faciltar el medio de hacerlo. Están en Madrid y Sevilla. Para este verano se plantea una formación intensiva de coachs de aprendizaje en Madrid que promete ser muy productiva y a la cual me gustaría poder asistir si mis compromisos me lo permiten. Por lo demás sólo me queda dar las gracias a Sara Owen por su invitación y la oportunidad de conocer este método, a Terri Lynn VanBeveren por su magnífica presentación y a todos los asistentes por una mañana tan productiva.

Espero que esto resulte de su interés, gracias por su atención.

Un vídeo sobre educación

Supongo que la mayoría de las personas que lleguen hasta aquí habrán visto ya este vídeo. No sólo tiene ya unos años, sino que además ha tenido bastante repercusión, al menos si nos atenemos al número de visitas que tienen sus múltiples versiones en YouTube.

Entonces, ¿por qué traerlo aquí y ahora? Pues porque trata de un tema que me interesa, la educación; se mete, si quiera de pasada y de un modo superficial, en otro que me preocupa, el TDAH; y, sobre todo, me apetece debatir sobre este particular. Es por todo que lo voy a compartir una vez más por si alguien no lo conocía o le apetece comentarlo.

Hay más vídeos de Ken Robinson en Internet y el tema es inagotable, con lo que si esta entrada suscita interés podremos seguir profundizando en esta materia. En cualquier caso, sí que hablaré, espero que dentro de no mucho tiempo, sobre el TDAH y, más específicamente, sobre las polémicas en torno al TDAH así como sobre el modo que yo entiendo oportuno enfrentar este particular.

Muchas gracias por su atención.

Peregrinos

Hoy traigo una reflexión que me persigue hace un tiempo. Me persigue y me preocupa a partes iguales, pero sólo ha sido ahora que he conseguido encontrar el modo de articularla «en voz alta» para poderla compartir y así abrir un posible debate sobre el tema. La cuestión no es otra que el peregrinaje psicológico por el que transitan las personas hasta llegar a nosotros. Sé que no se trata de algo novedoso, incluso recuerdo que en más de una ocasión nos hablaron de esto en la Facultad, pero últimamente me planteo algunas cuestiones que pueden ser espinosas. Intentaré abordar el tema sin eludir la autocrítica pues aquí nadie está libre de error.

El concepto de peregrinaje vuelve a mi mente para asociarse con este tema rescatado de la lectura de If you meet the Buddha on the road, kill him! de Sheldon B. Kopp. Tras este título de impacto se esconde un interesante libro de reflexión sobre el arte de la psicoterapia, llámenle filosofía de la psicoterapia si así les gusta, en el que plantea el papel de la persona que busca ayuda como un peregrino y el del psicoterapeuta como un guía en su camino. Sea que llegué al libro por casualidad, lo recomendaba un personaje a otro en una serie de televisión y yo, curioso insaciable, obnubilado por el título sentencioso, me lo compré para devorarlo con fruición. Es un libro interesante, pero mi idea del peregrino no se ciñe sólo al camino que tiene que andar la persona para recuperarse de sus problemas, empieza antes, cuando decide buscar ayuda y comienza a chocarse con guías que no le acompañan del modo que espera.

Últimamente me encuentro con esto. Si me pongo a pensarlo ya lo he encontrado antes, pero ahora me llama más la atención por algún motivo. En el primer encuentro, tras preguntar por la evolución del problema, salen a relucir unos cuantos intentos con otros profesionales de la salud mental (psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas…) que no han sabido dar con la tecla y cuyas actuaciones la persona pone en duda contando cosas que hacen que uno, para sus adentros, se eche las manos a la cabeza. Sucede, sin embargo, que de repente, entre la ristra de profesionales que han visitado previamente, surge el nombre de algún colega conocido cuya seriedad y buen hacer están fuera de dudas. Se produce una disonancia entre la información recibida y el conocimiento que tenemos del trabajo de los compañeros.

En primera instancia uno intenta no hacer leña del árbol caído y defender la profesionalidad de los compañeros, incluso aunque no se los conozca personalmente, alegando que la nuestra no es una ciencia exacta, que el proceso depende mucho de conseguir establecer una buena relación y que no todo el mundo tiene porqué cuajar bien, que podemos funcionar muy bien con unas personas y no dar pie con bola con otras (aquí tiramos de autocrítica y recordamos situaciones en las que hemos tenido que derivar a alguien por no disponer de recursos para ayudarle o de personas que nos han abandonado pues, con toda razón, sentían que estábamos dando palos de ciegos, suspirando aliviado al contrastar mentalmente que el porcentaje de aciertos sigue siéndonos muy favorable), intentamos explicar que las actuaciones que no les han gustado tenían un sentido que no han sabido ver pero que para nosotros resulta obvio… No son excusas, es la verdad tal cual es, o al menos tal cual yo la veo. Muchas veces el hecho de no poder ayudar a alguien en concreto no se debe a una mala praxis por parte del profesional, o por una falta de conocimientos, sino a un choque frontal con las expectativas previas de los peregrinos. Volveremos sobre esto un poco más adelante, antes vamos a tratar un segundo supuesto.

El segundo supuesto en cuestión es cuando te cuentan que tal o cual profesional ha hecho esto o lo otro que no es una buena idea desde ninguna perspectiva que uno pueda buscar para comprender su actuación. Aquí toca poner cara de póker e intentar no echar más tierra encima al compañero de la que ya le está echando nuestro interlocutor. ¿Cómo actuar en ese caso? ¿Contactando con el profesional e informándole? ¿Pidiéndole explicaciones? ¿Quién soy yo para hacer una cosa así? ¿Realmente son las cosas como nos las están contando? Este segundo supuesto tiene más miga.

De lo anterior destaco dos cuestiones que son las que me resultan de mayor relevancia ahora mismo. De una parte, el problema de las expectativas poco realistas respecto a nuestra profesión y posibilidades. De otra, el desagradable momento en que nos cuentan algo que nos hace escandalizarnos. Probablemente se pueda sacar mucho más jugo de este tema, también intentaré una aproximación luego, pero vayamos por partes.

El problema de las expectativas poco realistas

Últimamente me contactan muchas familias que tienen hijos con problemas de conducta o con TDAH. Esto tiene varias causas, por supuesto. Funcionan las recomendaciones y el boca a boca que se agregan a la necesidad de las familias y a recibir información, supongo que positiva, sobre mi trabajo. Hasta aquí todo en orden, este es, a grandes rasgos, el método habitual que tenemos para conseguir trabajos. Sin embargo, de un tiempo a esta parte vengo notando que la demanda viene delimitada por ciertos programas de televisión. Sabemos a cuales me refiero y los profesionales saben hasta qué punto deforman la realidad del trabajo con los chavales, sobre todo en el plano de los resultados y el tiempo que se tarda en obtenerlos, por no hablar de las técnicas poco ortodoxas que ponen en práctica. El no haber encontrado a estos superterapeutas en la persona de psicólogos normales y corrientes, de carne y hueso, cuyas capacidades no están magnificadas por las cámaras, hace que las familias entiendan que el profesional ha «fracasado».

Hace ya años me enfrenté con la, para mí en aquel tiempo, extraña idea de Jean Baudrillard de la muerte, más bien asesinato, de la realidad. En El crimen perfecto explica como mediante la espectacularización de la realidad esta desaparece. No es este el lugar para tratar el tema en profundidad, pero ciertamente nos afecta esta psicoterapia ficción que semanalmente introduce la pantalla en millones de hogares. Aunque en lo fundamental todos sabemos que la realidad es mucho más densa y compleja de lo que muestran los medios, incluso somos levemente concientes de que nos mienten en función de sus intereses económicos, cuando nos sentamos ante esa hiperrealidad, que a veces se presenta más real que la realidad misma, el cerebro procesa la historia como si fuese dos más dos son cuatro. Se generan unas expectativas que son la via regia al fracaso de cualquier profesional que vaya a establecer un tratamiento serio y real.

En este sentido hace ya un tiempo que intento detectar estas expectativas en mi primer encuentro con las personas. No resulta difícil que salga el tema, a veces ni siquiera es necesario forzarlo. Está muy presente en el «inconsciente colectivo» (sobre este particular me gustaría extenderme algún día, pues es otro tema con mucho jugo). Una vez detectada esta creencia, se plantea como primera labor urgente, antes de ninguna otra intervención, el trabajo de ponerla en cuestión.

Hasta ahora no ha sido muy complicado desmontar esta idea. No hay más que tratarla como cualquier otra idea irracional y cae por su propio peso, no en vano el hecho de la falsedad de cuanto emite la televisión es algo de sobras conocido. Una vez generada una expectativa realista podemos trabajar con menos presión. Por supuesto esto no es una excusa para eternizarse, al contrario. Lo deseable en cualquier caso es resolver los problemas de la mejor forma posible en el menor tiempo posible, pero al menos nadie se va a sentir engañado si en dos sesiones no ven resultados.

Por supuesto, el tema no se agota aquí. No todas las expectativas poco realistas devienen de estos programas que, por otro lado, están haciendo una buena labor al concienciar a las personas que los problemas de conducta de los chavales pueden tener solución. Sería injusto no reconocer que esta cuestión está aportando esperanza y poniendo en el camino de la resolución a muchas familias. Igualmente, hay muchas otras fuentes de expectativas poco ajustadas a la realidad, pero por ahora sólo voy a dejar apuntado el tema. Si alguien quiere aportar algo a este respecto será bien recibido y podremos dialogar sobre ello.

Pues tal compañero hizo cual cosa horrible…

Esta situación suele ser espinosa. Al menos en mi posición resulta complicado pues desde muy pequeño tengo grabado a fuego en lo más profundo de mi mente que ser un chivato es de las peores cosas que uno puede ser. Pero, además, se une la cuestión de no ser quién para juzgar la actuación de un compañero. No puedo poner en duda su profesionalidad, ni sobreentender que su actuación no tiene un sentido basado en datos de los que yo no dispongo. Los encargados de evaluar esas cuestiones serían los miembros de la Comisión de Deontología correspondiente. ¿Tendría que denunciarlo yo? A priori, sin haber sido testigo directo, tiendo a pensar que el denunciante debe ser el que ha tenido la experiencia directa. En cualquier caso, tampoco nadie me ha contado nada tan terrible como para salir corriendo a denunciar a un peligro inminente para la sociedad y/o sus clientes. Además, siguiendo otra máxima que reza así: se dice el pecado pero no el pecador, habitualmente cuando me cuentan «barbaridades» no me dan los datos del «bárbaro». Me quedan dudas al respecto, pero no tanto como para no dormir por las noches pensando que estoy actuando mal.

Sin embargo, estas quejas por partes de las familias son igualmente ilustrativas. De algún modo nos están informando de los límites; de lo que consideran correcto y lo que no; de su necesidad de información sobre qué se está haciendo, sus objetivos y motivos. En definitiva, nos está dando unas pistas que pueden ser de la máxima importancia a la hora de diseñar los programas de tratamiento y, sobre todo, de implementarlos. Nos cuenta los caminos tortuosos por los que los peregrinos han recorrido y como necesitan poder confiar ciegamente en su guía antes de poderlos transitar.

De algún modo tenemos que aprender de los errores de nuestros compañeros, pero sin perder de vista que más que ser un error de ellos se trata de una percepción de la familia de lo que ellos estaban proponiendo. Obviamente se puede tratar de errores reales, más o menos graves, y la evaluación de la familia ser totalmente ajustada. Dentro de lo posible es interesante evaluar esto con tranquilidad. Igual que antes, esta cuestión aún puede dar para mucho más, se aceptan sugerencias.

Otras cuestiones

Decía al principio que cuando tenemos el primer encuentro con la persona con la que vamos a trabajar, o con la familia, ya hay un peregrinaje previo que los ha traído hasta nosotros. Aceptando la metáfora de Kopp, como guías de los peregrinos debemos ver la meta a la que aspiran llegar y ayudarles en su camino, pero no debemos perder de vista el camino que ha facilitado nuestro encuentro.

El análisis del camino recorrido resulta fundamental para determinar el que aún falta por recorrer. ¿Qué pasa cuando nos informan que técnicas y programas contrastados empíricamente no han funcionado? ¿Y si el error no estaba en el plan diseñado? Si el programa de modificación de conducta de un compañero, en casi todo igual al mío, no ha funcionado ¿por qué voy a hacerlo yo mejor? Responder a estas cuestiones es vital para el éxito de nuestra intervención. El abanico de posibilidades es amplio y debemos estar atentos para detectar la correcta.

Por otro lado resulta interesante que, a pesar del rosario de quejas sobre otros profesionales, los peregrinos sigan buscando un guía y no renieguen totalmente de encontrarlo. Señal de que tan mal no han hecho las cosas. Pero, ¿qué pasa cuando el peregrino reniega de buscar un guía y se dedica a hablar mal no sólo de la persona que se equivocó sino de la profesión al completo? El boca a boca funciona para lo bueno y para lo malo. Tenemos que estar pendientes para no cometer errores que puedan desembocar en esta última opción, no sólo por nosotros mismos sino por toda la profesión, además de la responsabilidad implícita en nuestro trabajo.

Aunque el tema de la responsabilidad es de la máxima importancia, no es el que ahora mismo me preocupa, sino el de la percepción social del papel del psicólogo (o psicoanalista, o psiquiatra, o neuropsicólogo, o…). Este particular da para muchas reflexiones y está también mediatizado por la televisión, las películas, etc… y sospecho que excede el tiempo que el lector estandard está dispuesto a dedicarle a un blog, así que lo dejo apuntado para tratarlo más adelante de nuevo o, si alguien quiere, debatirlo en los comentarios.

Gracias por su atención.

Referencias bibliográficas:

BAUDRILLARD, J. El crimen perfecto. (1996) Barcelona: Ed. Anagrama

KOPP, S.K. If you meet the Buddha on the road, kill him! The pilgrimage of psychotherapy patients. (1972) New York: Bantam Books

Grupo de apoyo psicológico para desempleados

Después de bastante tiempo de preparación al fin están en marcha los grupos de apoyo psicológicos para desempleados gracias a la Asociación Cultural «Tradición y Cultura» y los Centros Cívicos «Hogar San Fernando» y «Antonio Brioso» de Sevilla.

image-1

Espero que se anime la cosa y tengamos muchos participantes que se beneficien de este programa. Gracias por su atención.

Literatura para psicólogos (I) – Morfina de Mijaíl Bulgákov

Vaya por delante que no soy experto en Literatura y que no pretendo decir a nadie qué tiene que leer. El sentido de escribir esto es que, de un tiempo a esta parte, vengo dándome cuenta que hay libros que, tras leerlos, me han aportado algo que, en cierto sentido, amplia mi forma de ver las cosas proporcionándome cierta ayuda en mi desempeño profesional. Es en este sentido que quiero compartir estas lecturas por si alguien más las encuentra estimulantes y, ya de paso, dejar la puerta abierta a un debate en el cual poder profundizar en este tema.

He elegido empezar con esta antología de relatos de Mijaíl Bulgákov por la sencilla razón de ser el último ejemplo de esta categoría que he leído. Sin entrar en el terreno de la crítica literaria, que excede a todas luces mis posibilidades y cualificación, sí que puedo avanzar que se trata de una lectura dinámica, de esos libros que casi se leen solos. Al principio, el patrón de médico joven que duda de sus capacidades pero luego resuelve la situación de una forma brillante suena un poco repetitivo. Sin embargo, es este, a mi modo de verlo, el primer gran acierto del libro y que me hace recomendarlo a otros psicólogos.

morfina-mijail-bulgakov
Portada de la edición del libro en Compactos de la editorial Anagrama. Ya sólo con saber que está en esta colección alguno se sentirá interesado.

El modo en que el autor refleja sus dudas e incertidumbres ante la posibilidad de encontrarse con una persona cuyo problema exceda sus capacidades, así como su lucha con el peso de la responsabilidad me han hecho sentirme muy identificado con el protagonista. Cierto que ya hace tiempo que no soy un «novato» y, sin embargo, aún me queda la comezón ante cada nueva entrevista, ¿por donde irán las cosas esta vez?. ¿sabré ver con claridad?. Por supuesto, la experiencia ayuda y, como bien advierte Bulgákov, nunca hay que dejar de leer y seguir estudiando, pero entiendo que ese pequeño pellizco de inseguridad es sano y no es bueno perderlo. Al menos en mi caso me ayuda a ser cuidadoso en la evaluación y a no dar nada por supuesto hasta que la evidencia no es clara. Delimitar mal un problema se convierte en parte del problema, hacer un análisis fino es el principio de la solución.

Una vez establecida esta estructura canónica en los primeros relatos, el autor pasa a romper con ella, conditio sine qua non para que el resto de la lectura resulte interesante, y narra tres fracasos reseñables y dignos de tomar en consideración. El fracaso ante lo inevitable, el fracaso ante la ignorancia y el fracaso por ignorancia.

Respecto al fracaso ante lo inevitable resulta de gran interés el miedo y la frustración que abocan al personaje a tomar un camino de huida absurdo que casi le cuesta muy caro. La lucha contra la ignorancia del médico que protagoniza los relatos, trasunto literario del propio autor, es una constante que nos puede resultar de especial utilidad como psicólogos cuando nos enfrentamos a situaciones en los que la queja, la demanda, y el auténtico problema no coinciden, sin embargo la persona oye sin escuchar cuanto queramos decirle al respecto. Finalmente, el dramático fracaso por la propia ignorancia, que en la ficción no tiene consecuencias negativas, es el que más alerta debe ponernos. Estudiar, evaluar y, en caso de duda, consultar a un compañero o, directamente, derivar. La lectura de estos relatos puede resultar enriquecedora, cada uno a su particular manera.

El punto álgido de la antología, el relato más largo y que le da título al total, nos lleva a la propia experiencia del autor y su adicción a la morfina. No es la única narración que se puede encontrar sobre adicciones en la literatura, ni de lejos. Sin salir de Rusia, Dostoievski, en su magnífico, «El jugador» habla de la ludopatía. En el otro mundo, William Bourroughs, en «El almuerzo desnudo», hace un retrato vívido de la realidad demencial en la que vive el adicto a la heroína. La lista podría continuar y seguro que alguien puede sugerir más obras. ¿Qué hace especial este «Morfina» de Bulgákov? No sabría decirlo, quizá el estar escrito por un médico y narrar la lucha sin cuartel contra el proceso, con sus treguas, sus pequeños éxitos y sus grandes derrotas, la vergüenza, la reafirmación… Una ventana abierta a la mente del adicto, un apoyo para comprender sus vivencias.

Y hasta aquí las impresiones que me ha causado la antología y porqué la recomiendo a otros compañeros y compañeras. ¿Alguna sugerencia u opinión al respecto?

Gracias por su atención.

 

Terapia a domicilio

El daño cerebral puede presentarse asociado a diversas causas, traumatismo cráneo-encefálico, accidente cerebrovascular, por infecciones o tras una intervención de neurocirugía, por citar las más comunes. A esto pueden seguirle muchos tipos de problemas que dependerán también de multitud de factores. Por desgracia, a menudo, el daño cerebral puede resultar muy incapacitante y afectar a la movilidad de la persona afectada. Esto hace que los continuos cuidados que requiere se compliquen con el constante ir y venir a las consultas de los especialistas que le atiendan.

La rehabilitación de las diversas facetas del daño cerebral adquirido es lenta y laboriosa, además de requerir a distintos profesionales en función de las áreas afectadas. Neurospsicólogos, logopedas, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas. Todo ello complicado con el fuerte impacto que ocasiona en la familia, tanto a nivel de organización como emocional.

Una situación ideal de tratamiento pasaría por acudir a un centro donde se disponga de atención multidisciplinar, aunque esto no siempre es posible. Es por ello que la opción de la asistencia a domicilio de los distintos profesionales se perfila como una alternativa viable. Que sea el profesional quien se desplaza facilita la estructuración del tiempo a los familiares, evita desplazamientos, al tiempo que permite a los cuidadores dedicarse a otras cuestiones del hogar durante el trabajo de rehabilitación al no haber necesitado salir para que la persona reciba la atención que precisa.

Más allá de eso, el hecho de recibir a los profesionales en el domicilio facilita que estos puedan intervenir sobre la disposición del mismo de modo que se puedan establecer ayudas y mejoras que puedan repercutir en un aumento de la independencia de la persona afectada. En el ámbito concreto de la Neuropsicología, acudir al domicilio posibilita al profesional observar a las personas en su propio ambiente y ajustar su intervención a las condiciones reales en las que se desarrolla su vida cotidiana. También resulta de utilidad para comprender las dinámicas familiares de modo que se puedan dar pautas que sean beneficiosas para la rehabilitación y la adaptación a la nueva situación.

En definitiva, aunque el modelo tradicional en el que la persona afectada acude a la consulta del especialista es perfectamente válido y altamente efectivo, la alternativa de recibir la atención necesaria en el propio domicilio es igualmente eficaz y recomendable siendo, además, de una gran ayuda para los cuidadores al evitar desplazamientos. Por supuesto ambas opciones tienen ventajas e inconvenientes. Si la persona con daño cerebral adquirido recibe su programa de rehabilitación en su propio domicilio, corremos el riesgo de minimizar sus desplazamientos y que termine por no salir nunca de casa, mientras que en un centro especializado se beneficiará de las ventajas de la interacción con otros usuarios del mismo. Es importante recordar, si se opta por la terapia a domicilio, que salir a la calle a pasear y tener momentos de interacción social más allá de la relación con terapeutas y cuidadores, es muy beneficioso. Todo el mundo necesita un rato de esparcimiento.

Filosofía de la mente

Hoy me voy a limitar a dejar un audio de lo más interesante que he encontrado. Se trata de una conferencia dictada por Mario Bunge en la Universidad de Puerto Rico allá por 1980.

Para aquellos que no conozcan a este insigne filósofo, evitando cuidadosamente el riesgo de hacer resúmenes que disgusten a alguien, me limito a dejarles un enlace, este, a Wikipedia donde podrán encontrar una información suficiente para hacerse una idea. Otro más, este, a su página web no oficial y esta jugosa entrevista publicada recientemente en el interesante magazine Jot Down.

Con esto ya hay para un buen rato así que sin más dilación dejo el podcast con la conferencia en la que habla largo y tendido sobre el problema mente-cerebro, que no es poco.

Si aún están interesados en más recomiendo que lean su libro «El problema mente-cerebro. Un enfoque psicológico.» Está editado por Tecnos y resulta de lo más instructivo.

Dicho esto, si alguien quiere comentar, aportar o reseñar algo estaré encantado de leer y responder. Me apasiona este tema.

¿A qué lado de la bata blanca estás?

Mi reflexión de hoy, perdónenme por empezar por una perogrullada, me viene dando vueltas a la cabeza desde hace un tiempo y tiene que ver con un elemento sobre el que nunca me había parado a plantearme demasiadas cosas. Sí, es obvio, el título del post lo dice claro, voy a perorar un rato sobre la bata blanca.

Es un tema importante, al menos yo lo veo de ese modo. En mi viaje desde el dato blando a la neurona, de la Psicología a la Neuropsicología, una de las cosas que me causaron un primera impresión reseñable fue ponerme la susodicha bata blanca. Me reí un poco para mis adentros, lo reconozco, y pensé que quizá tuviese pinta de doctor maligno o de científico loco. Adoro la figura del científico loco como personaje de historias de terror, humor o ciencia ficción, Victor Frankenstein, Herbert West, el profesor Bacterio o Dexter el niño genio. Supongo que la imaginación se desboca, a veces, con facilidad hacia cuestiones un tanto estúpidas.

Una vez superado ese primer impacto, las cosas empiezan a tomarse como normales. Y normal es que una bata blanca, en el contexto de un hospital, te otorga de repente una cierta autoridad. Es un distintivo, un uniforme, un cartel que te ponen y que lleva escrito algo así como: «¡Hey, atentos a lo que diga este tío, que sabe de qué va el asunto!». Es la función básica de los uniformes. Siento chafarle la intriga al que no supiese responder a la pregunta del WISC sobre este particular y los policías. El mero hecho de ponerte la bata blanca hace que las personas escuchen lo que tienes que decir y confíen en tí. Por supuesto esto no se cumple siempre, ni de igual manera en todos los casos, pero sí que es un extra importante.

ImagenAquí tenemos un ejemplo, como otro cualquiera, de nuestra amiga.

No voy a negar que estoy acostumbrado a esa autoridad y confianza. Por supuesto, como en el caso de la que emana de la bata blanca, no se da siempre ni en todos los casos por igual. Pero sí que es cierto que cuando alguien entra por la puerta de tu despacho, para confiarte sus problemas y ponerse en tus manos para que le ayudes a resolverlos, ya te está otorgando en cierta medida los mismo poderes que da el uniforme que nos ocupa. Esos poderes, y he aquí el quid de la cuestión, vienen acompañados de una responsabilidad. Sí, lo sé, he visto la película, sé que es lo que le decía no sé quién a Spiderman. ¿Y qué? ¿Deja de ser cierto porque sea la frase estrella de un blockbuster norteamericano? No nos engañemos, la respuesta es que no, que para nada, por eso funciona en la película. El poder que te otorga la persona que pone en tus manos su salud mental implica la responsabilidad de ayudarla de la mejor manera que uno sea capaz. Aunque eso implique horas de insomnio buscando respuestas o tener que aceptar que el problema nos supera en conocimiento y recurrir a derivarlo a ese colega, que todos tenemos, que pilota más que nosotros del asunto que sea.  Hay que ser honestos ante todo.

Como digo, no es la primera vez que me enfrento a una situación semejante, pero si ha sido la primera vez que lo hago uniformado de blanco (yo que soy más bien de negro y colores oscuros). La diferencia no es tanta. Por eso, quizá, me permití esa pequeña broma sobre científicos locos para mí mismo, aunque ahora la esté compartiendo con cualquiera que tenga la paciencia de leerme. Creo que no me hubiese parado ni siquiera a planteármelo sino me hubiese tocado cambiar de hospital y de lado de la bata blanca. Así, de repente, dejó de hacerme gracia el asunto y lo del científico loco ya no me parecía tan buena idea.

No ha sido nada grave, por suerte, lo que me ha llevado a verme frente a una bata blanca que no era la mía. Pero sí lo suficientemente inquietante como para dar conmigo en un hospital siendo sometido a una electromiografía (la cual, por cierto, en el estercolero intelectual de Internet está muy sobrevalorada en cuanto a evento productor de dolor y sensaciones desagradables, vamos que no es para tanto). Ahí estaba yo, frente a las batas blancas y, para más inri, en el servicio de neuronosequelogía. Entre colegas, como quien dice. A pesar de todo eso, sentía un poco de ansiedad, no por la prueba en sí, sino por los resultados. Quería saber que le pasaba a mi mano y cómo solucionarlo, y esas batas blancas, cuesta ver a la persona que hay debajo, sabían la solución.

No puedo quejarme del trato ni la atención que me ofrecieron, al contrario, es de agradecer su amabilidad y asertividad, las explicaciones que me ofrecieron y las distintas opciones que me dieron. Unos grandes profesionales, pero no por llevar una bata blanca o por saber muchísimo de lo suyo, sino porque, además, comprenden que nadie va a un hospital por gusto y la importancia que tiene para los pacientes recibir una atención adecuada, cercana, comprensiva y detallada. Una gran lección.

Con estas, después de terminar mi sesión de electrocución matutina, volví al hospital que me correspondía y me enfundé mi bata blanca. No creo que mi actitud con los pacientes haya cambiado en lo fundamental, siempre he intentado ser cercano, cordial y todas esas cosas, lo que sí ha cambiado es otra cosa. Ahora entiendo un poco mejor como se sienten cuando están frente a nosotros y, en este campo, cualquier cosa que nos ayude ponernos en la posición del otro pienso que supone un pasito adelante que damos para poder serle de más utilidad en su proceso. Hay muchas formas de empatizar con los pacientes, mírese cualquier manual básico de psicoterapia, pero la verdadera empatía, la genuina, el yo sé lo que es eso, aunque sólo sea un poquito, es algo que siempre debemos intentar conseguir si no queremos perder de vista a la persona que sufre y que confía en nosotros para aliviar el dolor en la medida de las posibilidades. Esto sirve tanto en la Psicología como en la Neuropsicología, no hay datos blandos ni neuronas de las que hablar en esto, al final lo importante son, y serán siempre, las personas.

Poco más se me ocurre por el momento sobre este asunto, espero que, si alguien tiene algo que aportar lo haga y se pueda enriquecer esta pequeña reflexión.

 

 

 

Psicología y música (I): dicen que el heavy metal es para personas inteligentes.

Esta entrada la escribí para una versión previa de este blog que, finalmente, no me gustó y decidí eliminar. La rescato pues creo que es lo más interesante de lo poco que escribí allí. La dejo tal y como la puse el 23 de abril de 2012. Espero que resulte interesante para alguien.
La cosa empieza esta mañana. Estaba reflexionando sobre una cuestión que quiero tratar en este blog, pero que aún no tengo lo suficientemente claro el enfoque. Camino del trabajo me han dado un periódico, concretamente un 20 minutos, en el que he leído esta entrevista al grupo Angelus Apatrida. Antes de entrar en más profundidad en otros temas, felicitar a la banda por el trabajo que están realizando y por los buenos frutos que empiezan a cosechar.
Por supuesto no voy a entrar a valorar el nuevo trabajo de Angelus Apatrida, que ni siquiera he escuchado en profundidad. Esto no es un espacio para reseñas de discos y, caso de serlo, tendría preferencia el maravilloso Utilitarian que se han sacado mis adorados Napalm Death o el inclasificable In Somniphobia de los japoneses Sigh. No es por desmerecer a los albaceteños, pero estos discos me han impresionado cada uno a su manera. La cuestión es que no vamos a entrar por ahí. Voy a dejar un vídeo, eso sí, de los Angelus Apatrida por hacer algo de patria y si sirve de algo para promocionar su trabajo, pero vamos inmediatamente a lo que nos interesa.
La cuestión que me ha hecho traer este asunto al blog es que al final de la entrevista comentan lo siguiente: «Hace poco leí un estudio cuyo titular rezaba Los adolescentes inteligentes escuchan heavy metal para lidiar con la presión asociada de tener talento.» Esto suena interesante. Parece que el heavy metal no es sólo para descerebrados, como a veces se entiende en algunos entornos, sino que también le gusta la gente inteligente. Como aficionado a esta música, por supuesto, el asunto me hace sentir bien. Como psicólogo, aprendiz de neuropsicología, y, sobre todo, persona de mentalidad científica decidí buscar el informe de dicha investigación.
Cuando empecé mis estudios de doctorado, que se quedaron a medias (por el momento), el tema de mi tesis iba a ser la influencia del heavy metal en el desarrollo de la personalidad. Es obvio que me iba a interesar consultar la fuente. Lo primero que encuentro es el refugio antiaereo donde mencionan el asunto ¡¡¡en 2007!!! El tema no es nuevo. Ahí encuentro un enlace a The Telegraph que me lleva directamente a la portada de la sección de tecnología. Desisto de buscar, una aguja en un pajar, la noticia de 2007. En taringa, que hay de todo, aparece la siguiente referencia aunque, al entrar en el enlace, lo que encuentro muchos videos de grupos variados y reseñables pero nada de lo que ando buscando. Otro enlace, también a taringa, me presenta el clásico refrito que encontramos en Internet cuando buscamos información sobre un tema. Otro refrito más de taringa que añade la novedad de insistir en que los adolescentes con altas capacidades eligen «SIEMPRE» el heavy metal como música de referencia. Esto se pone raro, me preocupo. No sé si terminaré encontrando a alguien que insista en que sólo la gente con un C.I. superior a 180 es capaz de escuchar heavy metal.
Queda fuera de lugar plantearse si la inteligencia la miden con el clásico Weschler o con alguna otra prueba. O si tienen en cuenta la inteligencia emocional que sigue estando de moda. O, mejor todavía, la interesante propuesta de Howard Gardner de las inteligencias múltiples. Todo se mantiene dentro del mundo del misterio. Eso sí, los heavies son tela de listos, lo he leído en un blog. Continuemos.
Otro refrito, esta vez en un foro y sigo sin encontrar nada claro. Todos parecen referirse, una y otra vez, a la primera noticia del refugio antiaereo. Alguna vez sale, evidentemente, un enlace a la entrevista en 20 minutos. Menuda cosa endogámica. Pero, en medio de todo este marasmo de unos y otros, encuentro el enlace al artículo que desató la polémica en The Telegraph y que los amigos antiaereos no estuvieron finos al enlazar. A estas alturas pienso que me hubiese traído más cuenta buscar en su base de datos, pero ya está hecho.
Aquí está la madre del cordero. Gracias a este último hallazgo dispongo de una reseña completa del artículo de Cadwallader (2007), pero no he conseguido aún el artículo original. Veamos que nos cuentan.
El estudio es sobre una muestra de 1057 chavales, entre 11 y 19 años, con altas capacidades y ¡¡¡el 6% escucha heavy metal!!! Me resulta interesante el revuelo cuando los porcentajes para otros estilos musicales (39% rock, 18% R&B y 14% pop) es mucho mayor. Por supuesto habría que contrastar estos datos con los porcentajes de chicos de esas edades que, en el Reino Unido, escuchan heavy metal. Eso nos daría un dato de contraste que pudiera ser significativo. Sin embargo, aún hay más. Los que se declaran heavies parecen tener menor autoestima y utilizar el metal para controlar sus sentimientos de rabia, como algo catártico. Aquí ya estamos entrando en otra materia que es totalmente distinta. No se dice que los heavies sean más inteligentes, ni siquiera que todos los que son más inteligentes son amantes del heavy metal. Habla de la predisposición de los adolescentes con problemas de autoestima y sentimientos de rabia, entre otras cuestiones, a acercarse a este estilo de música.
Esto último está en consonancia con otros estudios que ya conocía. Roe (1987) hablaba de los malos resultados académicos y malas relaciones sociales como factores que influían en el incremento de la preferencia por músicas socialmente desaprobadas. Brown y Hendee (1989) trataron de encontrar una relación causal entre el rap y el heavy metal con el desarrollo de desórdenes (enfermedades) mentales. Por supuesto, encontraron que estas estaban más influidas por otras variables demográficas, historia familiar o dificultades en la escuela, que predispondrían a escuchar estos estilos musicales. Y hay mucho más. Queda la revisión de Scheel (1995) con una reflexión interesante. El heavy metal atrae, más que podruce, adolescentes con problemas. No voy a abandonar este tema a la deriva. Seguiré profundizando en él.
Por ahora parece que estos chavales con altas capacidades que nos hicieron pensar que los heavies podían ser muy inteligentes tienen problemas de autoestima y sociales (cuestión, por otro lado, que no es del todo inhabitual en estas poblaciones, aunque esto tendría que buscar datos que lo corroboren) que estarían explicando, mejor que su C.I., la afición por el heavy metal. ¡Menudo chasco! He pasado de pensar mira que bien, soy muy inteligente por ser aficionado al heavy metal a que mi autoestima está por los suelos y que mis relaciones sociales no son todo lo positivas que debieran. Además habría que añadirle sentimientos negativos de rabia. La cosa ha cambiado bastante.
En cualquier caso, estas referencias no son exhaustivas y tienen varias lecturas. No estoy sentando cátedra. No estoy diciendo que los aficionados al heavy metal, los heavies, metalhead o como quiera llamárseles no sean inteligentes, que tengan la autoestima por suelos, que son bichos raros sin amigos, ni gente violenta. Hay mucha tela que cortar aquí y esto es sólo una primera aproximación al asunto.
En mi experiencia personal, entre los metalheads hay de todo y para todos los gustos. Más inteligentes en el plano académico, o en el emocional, o en cualquier otro que se quiera mirar, y, por lógica, también menos. Los hay con conflictos emocionales, sociales, familiares, con abuso de substancias y los hay equilibrados, sanos y sin conflictos sociales. La cuestión es que a veces los psicólogos nos ponemos a investigar las cosas de una forma y con unos métodos (estadístico, que deforman un poco bastante lo que analizan) que dan respuestas del tebeo a preguntas absurdas. Hay que seguir viendo esto y mirándolo con lupa.
REFERENCIAS:
Brown, E.F. y Hendee, W.R. (1989) ‘Adolescents and their music – Insights into the health of adolescents’ Journal of the American Medical Asociation, 262, pp. 1659-1663.
Cadwallader, S. (2007) ‘The Darker Side of Bright Students: Gifted and Talented Heavy Metal Fans’. Occasional Paper No.19. National Academy of Gifted and Talented Youth, United Kingdom, 2007.
Roe, K. (1987) ‘The school and music and adolescent socialization’. En: J. Lull (Ed.) ‘Popular music and communication’ (pp 212-230) Bervely Hills, CA: Sage Publications
Scheel, K.R. (1995) ‘Preferences for heavy metal music as a potential indicator of increased suicidal risk among adolescents’ Unpublished tesis, University of Iowa, Iowa City.